jueves, 23 de abril de 2015

EL PODER OBSTRUCCIONISTA

   Para entendernos vamos a pensar en la Nación (pueblo soberano), como si fuera una empresa cuya finalidad es reunir aportaciones y ganancias, administrarlas con rigor y de esta forma procurar el bienestar de las personas y familias integrantes del conjunto nacional.
   Vamos a pensar, a su vez,  en que  las instituciones y demás medios que sirven a los fines de esa empresa, son  el Estado y que, como instrumento decisivo para el bienestar general, ha de cuidarse con mimo y han de evitarse los abusos y atender con sumo cuidado el manejo de tan decisivo aparato costeado entre todos los seres humanos que componen la Nación.
   Todos estaremos de acuerdo en que, para llevar a buen fin los objetivos de esta empresa,   puede y hasta debe  existir una confrontación  de pareceres, para una vez tomado un acuerdo -es decir, aprobada una ley- todos colaboren a la hora de aplikarla y cumplir sus dictados con eficiencia.
   Recapitulemos: la Nación es una empresa con sus correspondientes objetivos recogidos en las Constitución y otras leyes y todos -especialmente los poderes reconocidos (legislativo, judicial y ejecutivo)- están obligados a colaborar entre ellos para conseguir que se cumplan  en favor de comunidad nacional soberana.
   A mí, me asombra lo mal que se llevan, la falta de respeto que cultivan  entre ellos, el desprecio que se tienen, los insultos que se cruzan, y hasta cómo sus discursos los aplican para echarse en cara  sus descuidos o negligencias y el odio mutuo permanente. Estoy hablando de los dignos representantes del poder legislativo, algo así como los rectores de la empresa que han de luchar unidos y colaborar  por un fin común: el bienestar de sus administrados, de los españoles.
   "Esto pasa en los mejores países...", te responden los noticieros más prestigiosos y mejor informados..
   "Ya, ya: me hago  cargo. Así de enmierdada esta la cosa".

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