martes, 7 de abril de 2015

TODOS PROMETEN EL PARAISO


     Aquí, en España, el dinero contante y sonante, el bueno, el fetén, está limitado. Se pasa uno un pelín en el gasto y empieza a ser deudor. Al principio no lo notas, pero a medida que crece la deuda percibes que los prestamistas te piden con timidez alguna garantía, más tarde la exigen y al final,  si no cumples con puntualidad,  pasas al listín de morosos y no te dan a crédito ni un clavel.
     Si alguien cree que miento, le invito a que haga la prueba. Basta con que deje de pagar el suministro de energía eléctrica y verá la respuesta.  El mundo es así, aquí, en la Patagonia o en el Estado Vaticano.
    ¿Y que pasa cuando son las instituciones del Estado las que dejan de abonar sus deudas? Lo mismo,  pero con más lentitud ¿Y por  qué es así? Es así porque los Estados tienen reconocido el derecho de exprimir al contribuyente y cuando  sus acreedores se ponen pesados y exigen lo suyo, los Estados son capaces de apretar la tuerca  hasta el martirio de la sufrida victima. Entonces la desconfianza se generaliza, cunde el miedo, se cierran los negocios, no  se abren  otros nuevos, aumenta el  paro y el poco dinero que se mueve, se va a la especulación o a comprar voluntades; o a las dos cosas.
   La deuda admisible, aun la de los Estados, también tiene un límite y ese límite, te lo pones tú o te lo ponen ellos. Ejemplo  de "te lo pones tu": España endeudada hasta las cejas por un Gobierno derrochador,  hubo de ser sustituido por otro que cortó por lo sano para poner la deuda  dentro de unos límites. Ejemplo de "te, lo ponen ellos": A Grecia y a otros países que no  cortaron por lo sano, les cerraron  el grifo desde distintos organismos proveedores de fondos, y los dejaron a ganarse la vida como a meretriz por campo segado.
  Todo esto viene a cuento de las grandes promesas hechas por políticos de tira  y afloja, que se piensan que cumplir lo prometido  sale gratis o que el dinero se  encuentra, a disposición del primero que pasa,  en las cunetas de los caminos.
  Y, entre tanto, los politólogos -suponemos que de buena fe- andan anunciando tiempos felices y bailándoles el agua a los portadores del cambio,  que vienen tan  dispuestos como los que se van, a chupar de la goma aunque prometan todo lo contrario.
  Pero  ¿ya llegará para todos? No se sabe. Pero  ¡siempre hay quien pica; quien muerde el anzuelo! Y así nos va.

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