jueves, 20 de abril de 2017

VICIADO, LARGO Y ABURRIDO

     No es lo malo que un país padezca la desgracia de que un alto porcentaje de nativos,  con mando en plaza, se tomen  la libertad  de disponer de lo ajeno como si fuera suyo; es peor aún ver la cara de tontos que ponen los que,  pudiendo haber evitado el saqueo, se encuentran ante la opinión de la calle sin argumentos razonables que justifiquen lo sucedido.
     Al fin todo concluye en morbosos comentarios en torno a  lo sucedido, con la colaboración vocacional de sagaces exploradores de la  noticia,  atentos,  no a que se devuelva lo sustraído por los autores de la rapiña, sino a ver si dejan un hueco en las bancadas del poder para que lo ocupen con presteza los que ya están a la cola.
      Es una tarea con  doble vertiente: una la de sanear el pudridero, que no deja de ser meritoria  y otra la de poner en marcha una política que podría llamarse de  buenas costumbres, con lo difícil que resulta no caer en el pecado cuando la tentación esta a la vista y la vigilancia se vuelve cómplice. Ocasionalmente pero cómplice.
      Y todo ello sucede, a riesgo  y ventura,  después de que los titulares del poder - unos desde el ejercicio activo y otros en la oposición- hayan jurado o prometido lealtad y limpieza  en el manejo de la confianza que el pueblo les otorga con la mejor buena fe.
      Claro, es lógico que la desconfianza cobre  cuerpo a la hora del relevo electoral.
       ¡La carne es débil!
       Lo que no deja de asombrarnos es la negligencia de sus jefes y superiores en la escala jerárquica. Las tres  llaves de los cajeros de seguridad, son más viejas que la pana.
       ¡Y no se enteran!
      

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