sábado, 22 de abril de 2017

LA DIMISIÓN CAUSA PÁNICO.

     Si existiera la opción de sopesar la valía de los políticos sometiéndolos a un  cuestionario, cabría preguntarles hasta donde llegan en  su resistencia a dimitir por dignidad; y veríamos lo  poco que valen la mayoría.
     Y pongo lo de "su resistencia" a sabiendas de que las dimisiones,  todas, son voluntarias y por tanto de libre ejercicio. Cada uno dimite cuando le da la gana. Casi todos dimiten tarde y mal o no dimiten, y cumplen con la que podría  llamarse la "ley del mono" .
     Cuentan de una familia de monos (no todos son iguales, como pasa con el género humano) cuyos miembros se dejaban cazar arrastrados por su codicia. Su alimento preferido eran las avellanas. Los cazadores se valían de un coco hueco preparado al efecto: en uno de sus polos dejaban una apertura por donde el mono podía introducir su mano abierta, pero no podía sacarla si cerraba el puño.  Las avellanas, la tentación, estaban en el fondo del coco. El mono introducía el puño y lo cerraba, tan pronto se hacía dueño del sabroso cebo y tiraba para huir con el coco y la golosina, pero no podía: el coco estaba sujeto con una cadena y el  simio no abría el puño.
      No es concebible en una sociedad donde la libertad de expresión es la reina de todas  las virtudes, que sean multitud los que formen contubernios, sin los cuales no tendrían razón de ser  muchas tertulias que dan vida a los corrillos mediáticos: no hay nada más tentador que hablar  del prójimo, cuando además le consta al divulgador que está prestando un servicio a sus semejantes.
      Al final el desprestigio cunde y afecta a todos: a tirios y a troyanos. El tiempo no perdona.  Más tarde o más temprano los tolerantes, y los que se hacían los ignorantes, se verán desdeñados, por no haber sabido abrir el puño en tiempo y forma.
      ¡Es ley de vida!  



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