Si se ahondara en el contenido de algunas doctrinas políticas, advertiríamos que prometen el bienestar de los pueblos como si fuera un regalo a cambio del voto. La promesa se rodea de un halo de justicia: se trata de imponer sacrificios a los que más tienen, para cumplir con el justo principio de la igualdad en favor de los que menos tienen.
Si se observase, luego, el comportamiento real de estos políticos, veríamos cómo, pese a su pertinaz insistencia electoral, de lo prometido llega la mitad de la mitad. Al mismo tiempo, ellos y sus conmilitones, familiares y amigos, se ven legitimados, si triunfan, para mejorar su propio nivel de vida. Su tarea diaria consiste en mantener vivo el fuego sagrado que les dio el poder, en beneficio propio y del clan, dicho sea salvando las excepciones de rigor.
Demos por buenas todas las promesas, aun cuando no se cumplan y suceda lo contrario. Miren hacia las Américas. Los políticos, cuando no pintan oros y copas, suelen aislar al paisanaje, fomentar los nacionalismos, alzar muros.... En rigor, se busca al enemigo que siempre viene de fuera; el de casa si les da el voto, es el bueno, la víctima, el mártir...
Pero estamos ante un mundo que se internacionaliza, ante la aldea global -que dicen-; y malo para todos si esta globalización prescinde de la persona o la clasifica como si fuera una cosa, dentro del tumulto que nos arrolla.
¿Y qué se puede hacer con tanto emigrante? No parece estar la solución en la caridad, ni en el subsidio, para compensar a los alejados de su lugar de origen. Entre otras razones porque, allí donde recalan, no hay para todos. La solución no llega huyendo ni levantando barreras para que no salgan de su tierra los fugitivos. La solución llegaría si los países más pudientes invirtieran en crear escuelas y centros de producción en los lugares del origen migratorio; escuelas y centros que fueran equitativos y solidarios con los nativos para desmotivar su fuga... concebidos con criterios sociales. Algo deseable también paras los países punteros.
Ahora bien, en el mundo que conozco se aprecia que la mayoría de los sometidos a trabajos de baja calidad, los mas divulgados y que peor se pagan, prefieren un subsidio estable reducido en su cuantía, a una tarea penosa. Se está generalizando el recurso de la limosna oficializada. Mala solución.
¿Qué todo el mundo quiere un trabajo seguro y bien remunerado? Lógico, ahora y siempre. Sería el ideal. Pero el hombre puesto a dirigir al rebaño, tiende a ser lobo para el hombre. Por esta y otras causas la mayoría de los laborantes -seamos sinceros- no disfruta con el trabajo que desempeña; la mayoría va al tajo porque es un medio ineludible para asegurarse la comida, el cobijo, la compañía o la forma de mercadear bienes y servicios.
En fin, la globalización es irreversible. Se anuncian grades migraciones.
¡Ya aprenderemos!
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