A la crisis económica que padece España, como otros
países europeos, se ha unido la crisis territorial que se puso en marcha
durante la transición democrática y que está viciada por un defecto originario:
creyeron los autonomistas que la forma de armonizar la vida política española
era oponer al centralismo estatal,
quince centralismos regionales.
Planteadas las competencias que deberían asumirse por cada territorio autonómico, terminaron por superarlas. Se hicieron fuertes dos territorios autonómicos: Cataluña y Euskadi. Pasaron a ser secesionistas. Tengan en cuenta
que estas dos comunidades, manejadas por los nacionalistas, en el fondo
no aspiran a ser autónomas, sino a instituirse como naciones soberanas e
independientes.
Los políticos de otras CC.AA., meditadamente, no dudaron en imitar en lo posible, los modelos independentistas y han interpretado por libre, la aplicación de los tributos que les fueron asignados en sus Estatutos, sin
tener en cuenta los costos de sus aspiraciones que, al final, han de
soportar los contribuyentes de a pie.
Ahí están
para demostrar este aserto el excesivo
número de organismos autónomos, pseudo embajadas, universidades, aeropuertos,
vías de comunicación, emisoras de TV y radio, sociedades públicas, etc. de muy
costoso sostenimiento que, además, han servido de pretexto para un despilfarro
que ha escapado a todo control del poder central.
Al final,
el autonomismo descontrolado nos ha metido a todos los españoles en un
ciclo ruinoso: en una generalizada deuda
que, sumada a las creadas por el poder central y por los Ayuntamientos y corporaciones locales, nos puede
costar años de esfuerzo fiscal para poder liquidarla; una deuda paralizante de
las empresas privadas productivas.
¿Cómo corregir todo esto sin incurrir en lo que
podría ser otro pendulazo que nos lleve a hundirnos más aún?
(Continuará)
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