martes, 5 de mayo de 2020

SIN MIEDO A LA VERDAD (78)

     En el año de 1931, con ocho años un servidor, el día 14 del mes de abril salí de casa a todo gas -en un pueblecito alavés- para ver, antes de ir a la escuela, una nutria capturada en el río de madrugada; para mí un acontecimiento rompedor de la rutina primaveral. Y me encontré a un grupo de vecinos arremolinados ante la taberna local celebrando la proclamación de la II República con alegría jocosa y vociferante, al tiempo que vacíaban unos porrones de vino para felicitarse ante tan prometedor acontecimiento. Y la nutria se esfumó.
     Lo mío era conocer al mamífero del río, pero el destino quiso que fuera mi madre la que me orientara para entender que la monarquía se fue y nos quedamos sin rey y en cambio nos mandaría un presidente de la República;  algo parecido, aunque más cercano este último suceso a los vecinos que morreaban vino para festejar el hecho.
     Y así quedé sin saber distiguir lo bueno de lo malo ni el valor de un fenomeno que -según la información materna- nos costaría caro porque, salvo excepciones, la conexión entre mandados y mandantes no funciona debido a que cada uno -desde su atalaya- no distingue la política constructiva, de la política destructiva. Nos costaría caro. Y así fue.
     Ahora -y no es pesimismo- noventa años más tarde (jope que viejo soy) estamos como entonces sin distinguir lo bueno de lo malo a cuenta de la peste que nos rodea.. Y no nos entendemos. ¿O es que todo es malo?
     Hay que empezar por la escuela. No con los hijos; más bien con los padres. Y paradoja al  canto: la escuela está cerrada.
   

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