martes, 17 de diciembre de 2019

GRATO RECUERDO (5)

     Cuando el niño crece y se siente aislado se aburre y, a nada que los adultos lo dejen a su aire, el pequeño se las arregla solo. Mi ocurrencia,  silenciosa y muy trillada, se redujo a cazar y domesticar a las moscas. Yo era un enfermo condenado al reposo día y noche y si no es por el insecto alado habría muerto de asco (es un decir).
     El caso es que, para que las moscas o se escaparan, tenía yo que arrancarles las alas. Y mi madre, muy sensible ante el sufrimiento inútil, sentía piedad por la víctima y, si me descuidaba, me dejaba sin moscas.
    Gracias a ella, a mi madre, empecé a valorar el sufrimiento ajeno,  a sentir miedo de los seres humanos cuando tienen que matar para poder comer. A mí me  alcanzó la guerra con trece años y cerca de la línea de fuego. Los muertos, como, moscas caían sin piedad. ¡Daba miedo!
     Así -sensible a la cruenta realidad- empecé a creer en la política. Era, a mi entender, una guerra sin muertos ni heridos. Algo así como un pacífico entendimiento para ponerse de acuerdo en paz y reducir desgracias.
     ¡Mentira! La política no hace otra cosa que dejar sin alas al enemigo por vías malamente consideradas como humanitarias. Los votos se compran por el envase. Lo que va dentro suele ser puro engaño.
     ¿Pobres moscas?
      Eso es lo malo. Son seres vivos condenados a morir sin alas por docenas; y por millares gracias a los venenos del insecticida.



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