lunes, 15 de julio de 2019

SEGÚN CONVEBGA


     
     La reiteración por sistema, en el manejo de una idea, suele ser el recurso de los escépticos. Me cuento entre ellos. Esta fijación, en cierto modo apostólica, tiene -también- sus apoyos instintivos.
     ¿Quién precede en el juego de las ideas? ¿La legitimación o la legislación?
      Hice una llamada de auxilio a mi conciencia. Estábamos ella y yo solos,  sobre la fresca hierba a la orilla del pozo, con ropa de verano y tentaciones eróticas en efervescencia, cuando por mi mente se cruzó esta duda: ¿ya es legítimo atender la demanda de la naturaleza para contribuir a la perduración de la especie?
       "Sí", respondió mi ángel de la guarda.
       Entonces, pregunté: "¿Y ella, mi pareja, estará de acuerdo?"
       "Sí", con más razón, según la respuesta angelical: "Quiere  ser madre y eso imprime carácter". Obedece a un principio legítimo impuesto por la naturaleza.
       Y caímos en la tentación al amparo del principio legitimario pero ilegal. El niño que nació fue tildado de hijo de mala madre.
       El protagonista que no era yo -claro está- y ella  se casaron por la Iglesia según costumbre hecha ley y se corrigió el entuerto.
       ¿Qué nos conviene hacer en casos parecidos? 
       No entrar en ese juego. Por ejemplo: ¿Defraudar a las masas bajo el paraguas de la política? Me dirán que no.  
       Y en el caso de una mayoría de políticos, de ser inevitable la jugada, no olvidar que cuando conviene al fuerte se acoge a la legitimidad, porque tiempo habrá de legalizar la iniciativa.
       La democracia, suele legitimar hasta las cachas y traducido el tema a la española, está llena de ejemplos donde el "principio legitimario" cede ante la "ley" aunque vaya contra natura.
       Esto sin dar el tema por cerrado.

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