Don Pedro Sánchez es un político de noble apariencia, fácil sonrisa y hermosos deseos. Cuando sale a escena impecable, optimista y seguro de sí mismo, sabe lo qué hace y para qué. Se desenvuelve con soltura, no altera el tono de voz, da muestras de estar guiado por el máximo respeto a los demás, y dispuesto a responder educadamente al pueblo raso sin causar daños a terceros.
Como estoy -por mi parte- en el recorrido final de una vida -muy positivo dentro de lo que cabe-, creo que desde el Cielo me darán carrete para ver el desenlace de esta "sanchesca" faena, muy comparable con las de corte taurino.
Claro que la semejanza tauro dramática -cuando el toro castiga al torero- no ha evolucionado. Se
mueren como en la edad media y la escena violenta de la cornada asesina es execrable. ¡Dios me libre!
Por eso pienso en el misterio de la extendida preocupación política por la difusión legalizada de la "muerte dulce", a voluntad del sujeto que mal vive sin remedio.
Me acuerdo en este instante de una España donde sufren, a pecho descubierto, doce millones de pobres españoles. Se espera una nueva convocatoria política para dar con un remedio inaplazable para todos ellos, sin necesidad de escenificar pena alguna.
Lo espero desde el borde morboso de un celeste ensueño.
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