lunes, 31 de julio de 2017

AL BORDE DEL PRECIPICIO

     Parece imposible, pero sucede: la credibilidad de los seres humanos es ilimitada. Cuando una persona sufre, tiende a considerar y a dar por buenos las más dudosas promesas.
     Sucede, es el caso, dentro del clima de libertades generados en algunas democracias, es decir funcionando según  y cómo convenga,  en beneficio de pocos para el perjuicio muchos.
     Se presenta en sociedad, por parte de los políticos, como panacea universal. Donde reina la democracia -dicen y predican- todo va bien  y para todos. Y no es verdad.
      Naturalmente, los que se sienten elegidos para ejercer el poder quieren  -o por, lo menos aparentan- ser demócratas.  "Haremos -pregonan- lo que quieran y pidan las mayorías; esto es el gobierno del pueblo para el pueblo. Somos los únicos intérpretes de tantos e insatisfechos deseos anhelados por las sacrificadas masas del proletariado". 
      ¿Que quiere el  sufrido pueblo cargado de penurias? Salir de la miseria. ¿Y cómo? 
       Dejemos hablar al pueblo.
       El pueblo considera justo contar con un  trabajo digno que dé lo suficiente para mantener a una familia dentro de un soportable nivel de vida; algo habitual en los países donde se ha conseguido que se imponga el  Estado del bienestar. Por ejemplo, los países nórdicos. 
       Solo hay un inconveniente difícil de orillar. El bienestar tiene un precio y no todos los países cuentan con medios económicos para poderlo pagar. Por mucho que prometan los políticos, si no hay despensa para todos, no hay bienestar que valga. La despensa se abastece más con los buenos negocios que crean poder, que con el trabajo rutinario que suele dar para comer y poco más. 

        En el fondo siempre sucede lo mismo. Solo hay una salida. Salida que se abre cuando el trabajo se deja guiar por el talento.
       Ustedes ya me entienden. ¿O no? Porque todo va mal si va a la deriva,  cuando el talento se orienta por la  tentación de la trampa: es decir cuando se impone la corrupción.  Y la corrupción no invade solo el área del dinero: empieza por corromper la doctrina. Y la corrompe al amparo  de la no aplicación  de las leyes.
       ¿España democrática? Sí, en teoría. No, en la práctica diaria. España vive una democracia corrompida. Una democracia enferma. que no solo afecta al manejo de la vil moneda, sino a los principios básicos, como el de la lealtad a una Constitución pactada, que tiene abiertas sus puertas hacia un cambio legal por vías saludables y democráticas.
       Los políticos, con su conducta- (acción u omisión) nos llevan al borde del precipicio. ¡Ya se verá!           

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