martes, 29 de mayo de 2018

VIEJAS HISTORIAS


      Don Ladislao de Velasco, que había sido Alcalde y Síndico del Ayuntamiento de Vitoria, (a finales del siglo XIX), conocía el paño. Pese a su avanzada edad, le dio vueltas al intento. Era un vitoriano de pro. Se había zurrado la badana en defensa de los intereses ciudadanos. Liberal fuerista, chocó con el poder central en varias ocasiones. Aún le quedaron arrestos para fundar una sociedad mercantil: “Traída de Aguas del Gorbea S.A.”             Vitoria contaba por los ochenta unos 18.000 habitantes. Estaban sin agua y sin tuberías para llevarla a las casas. Carecían de conductos para el desagüe de vertidos. Todo se resolvía con botijos, tinajas y calderos. Cada vecino se valía de la fuente pública más cercana. Las aguas residuales se tiraban por la ventana: “¡agua va!”. 
       Ladislao de Velasco y otros ciento ochenta y cinco vitorianos se pusieron a resolver el problema. Los participantes en la “Traída de Aguas del Gorbea”, sumaban el uno por ciento del censo vitoriano. Los preocupados por darse un baño sin salir de casa eran muchos más. Los partidarios del grifo crecían como los hongos del tópico. Se culminó la traída de aguas. En 1884 se inauguró el portento. Fueron careciendo de sentido algunos muebles del siglo XIX: los lavabos con jofaina y espejo articulado, la jarra de agua y el cubo para recoger vertidos. Vitoria superaría el período de azacanes y aguadores. Sus habitantes asumieron los hábitos de las ciudades modernas. Querían ser como un pequeño París.
        Lucas Sáez de Valluerca vive en una de las pocas calles de Vitoria que aún conservan su nombre primitivo: “Camino del Alto del Prado”. Sintió curiosidad por este texto cuando lo vio en la pantalla del ordenador. Comentó en voz alta: - "Ya nadie se acuerda de Don Ladislao. La verdad, prestó un buen servicio a Vitoria". - "No lo sé. Es posible que no se le diera importancia". - "A lo mejor. Pero lo demás deberíamos de dársela. No hay recuerdo visible que acredite su buen hacer".
      ¡Tantos mindundis como llenan el callejero! Doña Elena, culta vitoriana, nos lo confirma: -" A Don Ladislao de Velasco hoy casi nadie lo conoce. El agua corriente fue vital para Vitoria. “Una ciudad anclada en los sembrados”, decía por aquel tiempo el poeta don Herminio Madinaveitia"
       Lo de anclada, tenía su explicación. En 1860 éramos unos 16.000 habitantes; Bilbao iba por los 18.000. Veintisiete años más tarde, 1887, Vitoria contaba 18.218; Bilbao, 43.270. En 1900, Vitoria 26.353; Bilbao, 83.000. En 1930, Vitoria andaba por los 40.000; Bilbao por los 162.000. (En el año 2012, Vitoria 242.223 y Bilbao 351.629). La ciudad y su pléyade se rezagaban. Pese a todo, las aguas del Gorbea no fueron suficientes para abastecer la población. El paso que se estimó definitivo lo dio el Ayuntamiento de Vitoria mediada la década de los 1940. Construyó un embalse de 5,5 hectómetros cúbicos en el río Albina, cerca de Villarreal. Otro calvario, porque las tuberías reventaban y los vitorianos de la época aprendieron a saber algo sobre chimeneas de equilibrio y golpes de ariete, mientras abrían los grifos para ver si por suerte manaban agua. 
       Y Vitoria creció y creció y en los sesenta pasó lo que tenía que pasar: que andábamos racionados de agua Era un hecho curioso: A pocos kilómetros del centro de la ciudad teníamos dos magníficos embalses: el de Urrúnaga y el de Ullívarri Gamboa. “Altos Hornos de Vizcaya” apresó las aguas con estos embalses de la cuenca del Zadorra y se las llevó para su huerto en la vertiente del Cantábrico.
      Las autoridades alavesas arrastraban (y todavía arrastran) un complejo de inferioridad de siglos. Esto es más patente cuando se cruzan nuestros intereses con los de Bilbao. Un día, las autoridades locales, se armaron de valor. En un año de sequía, pusieron este argumento sobre el tapete: “el agua es un bien público y por tanto ha de servir a las necesidades del pueblo; no se trata de quitar nada a Bilbao, sino de llegar a un acuerdo para que nuestro río Zadorra, resulte útil también para Vitoria”. Pues verán: no coló. Una aguerrida alcaldesa vizcaína buscó el apoyo de los hombres fuertes del acero y de la banca. Puso toda clase de trabas. Se negó a dar siquiera un litro de “sus” recursos hídricos que procedían y estaban almacenados a menos de quince kilómetros de Vitoria. Los vitorianos fueron con el recado al ministro don Camilo, el general que se alzó en armas en Vitoria en julio del 36. Argumentaron como si viviéramos luchas pasadas: “Estos rojazos de Bilbao nos han robado el agua; les ganamos la guerra y ahora nos quieren follar. Y no nos vamos a dejar. ¡A ver si se enteran de una puñetera vez!”.
      A decir verdad, las cosas no parece que llegaran a estos extremos, pero traducido al lenguaje de la calle, el cabreo se identificaba con estas expresiones. Y hubo acuerdo, ¡faltaría más! ¿De quién son las aguas? El problema se planteó a los aragoneses. Querían llevarse las del Ebro y eso, la verdad, no caía bien entre los nativos. Doña Elena insistía: - "Un elemental examen del uso que se hace de los recursos naturales nos indica que el reparto no suele ser justo. Si alguien ha de beneficiarse, antes que ningún otro, han de ser los habitantes de la zona donde ese bien se produce".
      En el café Moderno –en un rincón adornado con frescos alusivos a la madre naturaleza- se reunía la tertulia más castiza de Vitoria cuando se construían los embalses del Zadorra. Estaban de acuerdo los contertulios. -" El mar beneficia a quienes lo tienen cerca. El litoral español es mucho más rico y está más poblado que las zonas del interior peninsular". - "Es triste gracia que las provincias más pobres tengan que entregar sus recursos gratuitamente, o a precio de ganga, a las más ricas. Esto sucede con la energía hidráulica". - "Los alaveses pagan a buen precio el hierro de Vizcaya o las sardinas de Santurce. Justo es que los bilbainos correspondan con el agua". Un titulado técnico, dejó muestras de su sapiencia: -" Verán: hay unas reservas acuíferas sumergidas en la cuenca del Bayas. Van a necesitarse para la población alavesa en cosa de poco tiempo. ¡Ah!, pero estas reservas ya están ojeadas por avispados vizcaínos. ¿Nos van a pelar de nuevo la barba por nuestra acomplejada inferioridad?".
       Como sucede en estos casos, dirán: “por esto no se puede armar una guerra; lleguemos a un acuerdo”. - Tienen razón. Pero el acuerdo puede alcanzarse entre un listo y un tonto, entre dos listos o entre dos tontos. Y remató su perorata: - Debemos de pedir a los alaveses, cualquiera que sea su filiación que, por lo menos, no vayan de tontos. Es decir, que aspiren a vender la mercancía a quienes la quieran a su justo precio. - Ya ven: es muy sencillo. Conviene no fiarse. A los alaveses un duro les cuesta cinco pesetas pero los vizcaínos quieren que se los cedamos a cuatro. En asuntos de familia siempre salen perdiendo los mismos. 
      (Del libro "Adiós Vitoria" (edición agotada) publicado por Pedro Morales Moya en el año 2010.

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