Don Ladislao de Velasco, que había sido Alcalde y Síndico del
Ayuntamiento de Vitoria, (a finales del siglo XIX), conocía el paño. Pese a su
avanzada edad, le dio vueltas al intento. Era un vitoriano de pro. Se había
zurrado la badana en defensa de los intereses ciudadanos. Liberal fuerista,
chocó con el poder central en varias ocasiones. Aún le quedaron arrestos para
fundar una sociedad mercantil: “Traída de Aguas del Gorbea S.A.” Vitoria
contaba por los ochenta unos 18.000 habitantes. Estaban sin agua y sin tuberías
para llevarla a las casas. Carecían de conductos para el desagüe de vertidos.
Todo se resolvía con botijos, tinajas y calderos. Cada vecino se valía de la
fuente pública más cercana. Las aguas residuales se tiraban por la ventana:
“¡agua va!”.
Ladislao de Velasco y otros ciento ochenta y cinco vitorianos se
pusieron a resolver el problema. Los participantes en la “Traída de Aguas del
Gorbea”, sumaban el uno por ciento del censo vitoriano. Los preocupados por
darse un baño sin salir de casa eran muchos más. Los partidarios del grifo
crecían como los hongos del tópico. Se culminó la traída de aguas. En 1884 se
inauguró el portento. Fueron careciendo de sentido algunos muebles del siglo
XIX: los lavabos con jofaina y espejo articulado, la jarra de agua y el cubo
para recoger vertidos. Vitoria superaría el período de azacanes y aguadores.
Sus habitantes asumieron los hábitos de las ciudades modernas. Querían ser como
un pequeño París.
Lucas Sáez de Valluerca vive en una de las pocas calles de
Vitoria que aún conservan su nombre primitivo: “Camino del Alto del Prado”.
Sintió curiosidad por este texto cuando lo vio en la pantalla del ordenador.
Comentó en voz alta: - "Ya nadie se acuerda de Don Ladislao. La verdad, prestó
un buen servicio a Vitoria". - "No lo sé. Es posible que no se le diera
importancia". - "A lo mejor. Pero lo demás deberíamos de dársela. No hay recuerdo
visible que acredite su buen hacer".
¡Tantos mindundis como llenan el callejero!
Doña Elena, culta vitoriana, nos lo confirma: -" A Don Ladislao de Velasco hoy
casi nadie lo conoce. El agua corriente fue vital para Vitoria. “Una ciudad
anclada en los sembrados”, decía por aquel tiempo el poeta don Herminio
Madinaveitia"
Lo de anclada, tenía su explicación. En 1860 éramos unos 16.000
habitantes; Bilbao iba por los 18.000. Veintisiete años más tarde, 1887,
Vitoria contaba 18.218; Bilbao, 43.270. En 1900, Vitoria 26.353; Bilbao,
83.000. En 1930, Vitoria andaba por los 40.000; Bilbao por los 162.000. (En el
año 2012, Vitoria 242.223 y Bilbao 351.629). La ciudad y su pléyade se
rezagaban. Pese a todo, las aguas del Gorbea no fueron suficientes para
abastecer la población. El paso que se estimó definitivo lo dio el Ayuntamiento
de Vitoria mediada la década de los 1940. Construyó un embalse de 5,5
hectómetros cúbicos en el río Albina, cerca de Villarreal. Otro calvario,
porque las tuberías reventaban y los vitorianos de la época aprendieron a saber
algo sobre chimeneas de equilibrio y golpes de ariete, mientras abrían los
grifos para ver si por suerte manaban agua.
Y Vitoria creció y creció y en los
sesenta pasó lo que tenía que pasar: que andábamos racionados de agua Era un
hecho curioso: A pocos kilómetros del centro de la ciudad teníamos dos
magníficos embalses: el de Urrúnaga y el de Ullívarri Gamboa. “Altos Hornos de
Vizcaya” apresó las aguas con estos embalses de la cuenca del Zadorra y se las
llevó para su huerto en la vertiente del Cantábrico.
Las autoridades alavesas
arrastraban (y todavía arrastran) un complejo de inferioridad de siglos. Esto
es más patente cuando se cruzan nuestros intereses con los de Bilbao. Un día,
las autoridades locales, se armaron de valor. En un año de sequía, pusieron
este argumento sobre el tapete: “el agua es un bien público y por tanto ha de
servir a las necesidades del pueblo; no se trata de quitar nada a Bilbao, sino
de llegar a un acuerdo para que nuestro río Zadorra, resulte útil también para
Vitoria”. Pues verán: no coló. Una aguerrida alcaldesa vizcaína buscó el apoyo
de los hombres fuertes del acero y de la banca. Puso toda clase de trabas. Se
negó a dar siquiera un litro de “sus” recursos hídricos que procedían y estaban
almacenados a menos de quince kilómetros de Vitoria. Los vitorianos fueron con
el recado al ministro don Camilo, el general que se alzó en armas en Vitoria en
julio del 36. Argumentaron como si viviéramos luchas pasadas: “Estos rojazos de
Bilbao nos han robado el agua; les ganamos la guerra y ahora nos quieren
follar. Y no nos vamos a dejar. ¡A ver si se enteran de una puñetera vez!”.
A
decir verdad, las cosas no parece que llegaran a estos extremos, pero traducido
al lenguaje de la calle, el cabreo se identificaba con estas expresiones. Y
hubo acuerdo, ¡faltaría más! ¿De quién son las aguas? El problema se planteó a
los aragoneses. Querían llevarse las del Ebro y eso, la verdad, no caía bien
entre los nativos. Doña Elena insistía: - "Un elemental examen del uso que se
hace de los recursos naturales nos indica que el reparto no suele ser justo. Si
alguien ha de beneficiarse, antes que ningún otro, han de ser los habitantes de
la zona donde ese bien se produce".
En el café Moderno –en un rincón adornado
con frescos alusivos a la madre naturaleza- se reunía la tertulia más castiza de
Vitoria cuando se construían los embalses del Zadorra. Estaban de acuerdo los
contertulios. -" El mar beneficia a quienes lo tienen cerca. El litoral español
es mucho más rico y está más poblado que las zonas del interior peninsular". - "Es triste gracia que las provincias más pobres tengan que entregar sus recursos
gratuitamente, o a precio de ganga, a las más ricas. Esto sucede con la energía
hidráulica". - "Los alaveses pagan a buen precio el hierro de Vizcaya o las
sardinas de Santurce. Justo es que los bilbainos correspondan con el agua". Un
titulado técnico, dejó muestras de su sapiencia: -" Verán: hay unas reservas
acuíferas sumergidas en la cuenca del Bayas. Van a necesitarse para la
población alavesa en cosa de poco tiempo. ¡Ah!, pero estas reservas ya están
ojeadas por avispados vizcaínos. ¿Nos van a pelar de nuevo la barba por nuestra
acomplejada inferioridad?".
Como sucede en estos casos, dirán: “por esto no se
puede armar una guerra; lleguemos a un acuerdo”. - Tienen razón. Pero el
acuerdo puede alcanzarse entre un listo y un tonto, entre dos listos o entre
dos tontos. Y remató su perorata: - Debemos de pedir a los alaveses, cualquiera
que sea su filiación que, por lo menos, no vayan de tontos. Es decir, que
aspiren a vender la mercancía a quienes la quieran a su justo precio. - Ya ven:
es muy sencillo. Conviene no fiarse. A los alaveses un duro les cuesta cinco
pesetas pero los vizcaínos quieren que se los cedamos a cuatro. En asuntos de
familia siempre salen perdiendo los mismos.
(Del libro "Adiós Vitoria" (edición agotada) publicado por Pedro Morales Moya en el año 2010.
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