La historia no suele recrearse en la búsqueda de responsables de una guerra, cuando -como es notorio- llega precedida de errores y desaciertos. Es el caso de la guerra civil del 36, que se la trabajaron impulsivamente los políticos que decían condenarla. Luego la pagamos todos. No vayan a creer los "impulsivos" de siempre, que entre los vencidos solo estaban ellos.
Como pasaba hace ochenta años, otros políticos con parecidos collares, intentan revolver el cotarro, como si las cosas y el medio donde nos movemos no hubieran cambiado. Esto es grave y puede que lleguemos a reventar el invento de la paz, tan viejo como la vida misma.
Hay dos fuerzas desde las que se ejerce y maneja ese cotarro: la de muchedumbres en marcha y la de leyes ajustadas a derechos universales. Es la lucha entre el cálido "impulso" procesional y la "reflexión" meditada en frío por la jurispericia.
Ya es casualidad que los impulsivos requieran a las muchedumbres para imponer sus criterios -todo o nada- y repudien la interpretación de unas leyes vigentes ante una mesa constituida para el diálogo. Mesa a la que no se puede llevar el todo o nada como argumento de fuerza.
Pero, una vez explicado el tema ¿qué les falta a nuestros políticos para recurrir al diálogo? Les falta madurez, ser reflexivos, ordenar las ideas, redactar un plan, convencer...
Nos hace falta un buen equipo de políticos expertos y reflexivos, poco doctrinales a priori y capaces de tomar el pulso a la realidad de España.
Un equipo del que carecemos. Por eso brotan los apóstoles de ,la picardía impulsiva.
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