lunes, 7 de mayo de 2018

EL DESENCANTO DE UNA CIUDAD

        Si  nos detenemos a contemplar (con interés, atención, sentimiento) la existencia (cómo funcionan, viven, luchan) de diversos países, comarcas o villas y ciudades para sobrevivir dignamente, llegaremos a esta conclusión: los hay ricos, de  medio pelo y pobres.
        ¿Por qué sucede así? Por mil causas. Pero al fin los que hacen que los núcleos de población respondan  al organizarse a uno u otro modelo, dependen de sus habitantes y éstos, a su vez, de su educación, de su cultura, de su capacidad económíca y formación social (o religiosa) y de otros factores que nos predisponen para actuar conformes a una u otra disciplina.
         Es triste decirlo pero cuando una colectividad humana decae, no se le puede echar la culpa al maestro armero. Todos queremos ser iguales por encima de la media, pero los pueblos sometidos  a la teoría del caudillaje encomendado a un apóstol de la igualdad, terminan  siendo iguales pero pobres.
        Nosotros los españoles no tenemos por qué ser pobres. Al fin yal cabo somos demòcratas.
        Pero no nos engañemos. Somos muy desiguales. Ahí están los turolenses clamando al cielo para superar el desencanto de una democracia (del pueblo y para el pueblo) que los tiene enterrados en  el desamparo y en el olvido;  en una ciudad que se hunde contra reloj.
        ¿Pero sólo sucede en Teruel? Sería una deslealtad pensarlo. La España decadente propensa a la desertización, está demasiado extendida y como da poco de sí, es decir poco poder, ¡ahí se pudran!
        Los partidos políticos vigentes nos hacen creer (lo siento) que ellos tienen la solución. No es cierto.
        Por citar un caso, y no de una zona pobre,  en el País Vasco (que tiene sus singularidades)
un amplio sector de sus habitantes lleva décadas perdiendo poder y medios económicos. Este fenómeno mal controlado produce la decadencia de gran número de familias.¡Y lo quieren arreglar con subvenciones!
        Personalmente -y reconozco que puedo estar equivocado- pienso que el ritmo creador del pueblo llano, suele empezar en la escuela. Al día de hoy, hasta la escuela ha entrado en un período de rutina igualitaria: todos tenemos derecho al cielo. Pero ahí se acaba la igualdad, más o menos.
        Y la igualdad, como sucede con el cielo, hay que ganársela.


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