No sé, quién, dijo aquello de que en el territorio foral de Vizcaya, el tradicional, el sometido a los buenos usos y costumbres, no era el primogénito el que heredaba la casa solar y tierras anejas, sino que era la casa la que recibía como herencia al santo varón elegido desde la cuna, para que no se fraccionase el patrimonio familiar.
De hecho no se dejaba la casa para el hombre, sino éste, el hombre para ´la casa.
Esta corriente unitaria del hogar -con su matriarcado reconocido de hecho- dio pie a que el resto de la familia respetara el sistema y por lógica buscase soluciones complementarias.Llegaban por la vía del matrimonio para ellas y, cuando no, por la vocacional de índole religiosa. Ellos -en su mayoría hidalgos- encontraban facilidades para alistarse en los ejércitos del Rey por mar o tierra, o seguir la carrera diplomática, o hacerse curas... todos libres pero unidos a sangre y fuego con la casa matriz. .
¿Y cómo se concilian esas vocaciones tan españolizadas, con un secesionismo que no cesa? ¿O cómo encuadrar en un marco democrático liberal toda una tradición que no contemplaba un cambio liberal hacia la modernidad y además quebraba los buenos usos de una Vizcaya señorial? ¿De que pan hacemos migas?
Desde luego, no se entiende que el nacionalismo actual pueda acogerse a los principios que regían las sesiones celebradas al amparo del Árbol de Guernica.
¿Por qué, pudiendo, no se inclinaron por actualizar el fuero?
Muy sencillo: porque quieren ser nación.Y la nación legalizada por librepensadores, es antiforal, al ser ser el fuero -para ellos- un privilegio.
Estamos ante un manantial de ideas a modernizar racionalmente. Un paño hoy en manos inútiles.
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