No quería distinguir la diferencia existente entre el sector público y el privado, entre el mundo oficial y la iniciativa particular, entre el que cobra y el que paga...
Así es la vida, pero tiene sus quiebras. Entre ellas está la indolencia: falta de iniciativa y de actividad en el cumplimiento de sus obligaciones.(Según la "Wilki").
Es decir -para completar la idea- que se usa más la indolencia en el sector, público que en el privado, dejando a salvo, como es justo y equitativo, las consabidas excepciones.
Para remachar el clavo parece ser que se dedican más fondos "per capita", para ejecutar la misma tarea, en lo público que en lo privado.
Ahora viene lo bueno: el sector público crece cada vez que cambian los gobiernos, y el particular o privado disminuye cuando aumenta la carga fiscal. Y para colmar la desdicha, la manivela para succionar impuestos funciona como un reloj de pilas, sin darle cuerda.
Si a este añadimos el lujo que se gasta en las autonomías entre viajes, comilonas y festines (salvo excepciones),el tinglado se cae solo y será llegada la hora del crujir de cadenas y rechinar de dientes.
Podían los Gobiernos bajarse del burro y verificar la realidad que acecha y, de paso, dedicarse a resumir en claras y revisadas cuentas el frío que hace y lo caro que resulta mantener la marcha del motor hispano "autonomizado"; y cómo evitar a quienes habitan en los pisos bajos que cada día sean más pobres.
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