martes, 5 de septiembre de 2017

LA POBREZA PIDE UN CAMBIO

     No hace falta recurrir a elucubraciones científicas para comprobar cómo el número de pobres aumenta desproporcionadamente en el mundo actual y cómo la acumulación de riquezas se concentra en grupos minoritarios  que procuran aislarse de la chusma empobrecida, porque todavía hay clases.
      Naturalmente, a medida que se descubre  el bienestar, que sólo se alcanza pagándolo en buena moneda, -puro egoismo- los seres humanos tienden a vender sus bienes o servicios, al precio más caro posible en beneficio propio,
      Claro que hay excepciones -puro altruismo- que dan todo lo que tienen en favor de los que carecen de todo; pero son los menos.
       Salvo un contado número de países que han apostado por un futuro con sentido común y tratan de reducir las distancias sociales, en los demás cuentan  más pobres que ricos, se pierde  el equilibrio y surge el descontento.  A eso le llaman crisis, cuando de verdad podría  llamarse quiebra. Y pueblos y ciudades se dividen: los ricos, en las zonas nobles  y bien dotadas; los pobres en barrios deprimidos, entre chabolas, chatarras,  basuras y otras miserias.
      En ese clima, como nuevos apóstoles, surgen los políticos con sus grandes promesas. Para un auditorio sediento, el solo anuncio de la protesta, es un consuelo. Se resume en una palabra: "cambio". Pero los cambios no se improvisan.
     De ahí nace la idea del Estado del Bienestar, lo cual es una buena esperanza, un desiderátum. Su  basamento: la escuela del conocimiento, no la doctrinal  que nos invade.
     Pero... la vida es así.
     






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