Los políticos, como los futbolistas de equipos pobres, tienen figura pero fallan por falta de profesionalidad. Y ¿qué pasa? Que aciertan una vez, se sienten ufanos y se van por los pueblos a dar lecciones y a mendigar primas (o votos).
Les ha salido un grano a muchos políticos al enfrentarse con Pablo Iglesias, el de la coleta. Mientras sus rivales dejan que la sin hueso -la suya- suelte chorradas en público, el buen Pablo, tal que un felino depredador, espera y medita cómo hincar el diente a la víctima en la yugular, sin dar cuartos al pregonero ni respiro al degollado; o sea sin hacer propaganda del adversario.
Porque verán: nadie que vende una marca de coches habla, ni siquiera mal, de otro vehículo de la competencia; sabe que la simple cita supone un reconocimiento del rival; reconocimiento nunca agradecido ni pagado.
Aunque no lo quiera reconocer, Doña Esperanza -la liberal- ha hecho una propaganda gratuita de altos vuelos a Don Pablo, al que como yo, muchos, nunca votaríamos, porque nos recuerda aquello de que algo ha de cambiar para que todo siga igual, o peor, según se mire.
¿Y por qué seguiría igual? Muy sencillo, porque diga lo que diga Don Pablo, el solomillo de la marrana es el que es y nunca llegará para todos. Y si queremos prosperar o aumenta el número de marranas (el país se enriquece) o no hay nada qué hacer. ¿Puede un populista traer progreso a un país? No.
No hace falta citar nombres ni darles cancha. Basta con mirar como reparten miseria allí donde detentan el poder.
No se pueden meter goles al campo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario