La primera vez que visitaba el área de Gibraltar estaba cerrado el paso a la Roca; era bajo el régimen franquista que tuvo roces con el Reino Unido.
Fue con ocasión de un viaje vacacional: iba yo con la familia, mi mujer y cuatro niños, y decidimos subir con el coche a San Roque. Aparqué ante una iglesia, que estaba bajo la advocación de Santa María Coronada, si mal no recuerdo. Al estacionar el coche un niño -de unos nueve o diez años- se ofreció con desparpajo: "¿Se lo cuido?". Y le dije: "Bien; te encargo que nadie lo toque". Al ir a recoger el coche, el niño vigilante, rindió cuentas: "Ahí lo tiene, nadie lo ha tocado". Le respondí: "Muchas gracias, chaval. Toma" y le di un duro de la época. Para mi sorpresa una mujer, de unos cuarenta años, salió de un portal, se dirigió al niño y le quitó la moneda. Parecía ser su madre. Me sorprendió, pero entendí que era un caso de necesidad. A la madre le urgía aquel duro.
Este hecho me llevó a pensar: ¿Qué pasa en el campo de Gibraltar? Hay riqueza: ahí esta Sotogrande. Hay industria: empresas petroleras y bajo este paraguas otras auxiliares;. Hay turismo: lo visitan a miles, gentes de distintas nacionalidades... Y al final resulta que -pese a todo- tenemos familias que viven con apuros y sin un duro... ¡No lo entiendo!
Y siendo ya muy mayor, después de otras visitas y algunas lecturas, llegué a esta conclusión: Gibraltar es el paraíso de la codicia y la codicia nunca fue generosa. "¿Quién busca refugio en ese paraíso?" "Gentes adineradas de toda condición que escapan a la vigilancia de las haciendas púbicas respectivas". "¿También españoles?" "También, y muy poderosos." "¿Y no lo saben los gobiernos?" "Lo saben pero lo disimulan y nos cuentan la historia de tres eran tres las hijas de Elena". "¿Y no hacen nada para acabar con este abuso"- "Hacen como que hacen, para vestir el muñeco". "Cómo puede ser". "¿Cómo? Siendo. No lo olvide. Hay millones en juego".
Y mientras, nos montan la marimorena a cuenta de unos pobres pescadores perseguidos por la armada británica y nos inducen a rasgarnos las vestiduras patrióticas cómo si las cosas se hicieran bien. Si así fuera, ni siquiera tendrían necesidad los pescadores de buscarse la vida entre peñascos artificiales.
Nos engañan como a pardillos. Eso está claro.
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