Cuando uno está -o se siente- situado entre una minoría en fase decadente, se ve forzado a guardar silencio a la espera de alguna señal esperanzadora. No es mi caso, pero no por méritos propios. Recuerdo que me retiré de la política activa en el año de 1986 por varias razones: una de ellas porque los jerifaltes, líderes o como quiera que se les llame con mando en la Corte armada, partidarios de un moderado españolismo, "puenteaban" a los suyos residentes en el País Vasco, -entre los que me encontraba-, que pintábamos menos que Maximino el de Haro.
Y también recuerdo que en una reunión de "notables" alguien -yo mismo- sugirió servirse del tiempo libre para ganarse a los "olvidados" y sometidos al acoso de la ETA (claro estaba que con discreción y cautela) y el "no" fue rotundo, tímido, también discreto y breve.
El resultado está a la vista. Mandan los que mandan y además se llevan de regalo las golosinas de Goya el de la dulcería. ¡Ya les diré cómo y cuándo.
Aquí estamos ahora con el rabo entre piernas a verlas venir. ¡Qué mas da! Permítanme que repita la monserga: me siento español, pero no españolista; soy alavés, pero no nacionalista, personas que merecen todos mis respetos, dicho sea de paso, cuando dialogan; no cuando se salen del tiesto.
Pero ¿por qué digo todo esto? ¿Por qué hablo de mi historia cuando estoy hecho una piltrafa? No voy a callar mientras no vea una esperanza de futuro, porque lo que veo no me vale.
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