El pueblo español vive días confusos, tiempos de tribulación, dubitativos, críticos... No están los líderes partidistas atinando a la hora de situar en su espacio más pertinente a los electores que van a inclinarse por uno de los cuatro partidos políticos de ámbito nacional.
PODEMOS -que acaba de estrechar lazos con IU- sitúa a sus posibles seguidores entre las que llama "clases populares". Sacan a relucir muchos de los símbolos que se hicieron "populares" durante la II República, cuando se anunciaba la "revolución del proletariado". Son una mezcla de intelectuales anti monárquicos y de partidarios del trágala, con una idea: establecer unos servicios públicos gratuitos en "beneficio" de la mayoría, sobre manera de los más necesitados. La pobreza creciente les asiste y proporciona una base de votos generosa. Pero todo tiene un límite. Si ganan, todos perderemos.
El PSOE, que se declara socialdemócrata, no acaba de ganar credibilidad -con ese abanderamiento-, entre los socialistas natos, obreros o descendientes de familias que trabajaron generalmente como asalariados para sobrevivir en medio de grandes dificultades; y siempre, dentro de un plan de vida reivindicatorio. Hoy se sienten más cercanos a PODEMOS que a CIUDADANOS. Ante la nueva generación de partidos, no aciertan a explicarse la forja de alianza alguna sincera del PSOE, ni con CIUDADANOS ni con el PP. ¡Ellos sabrán!
CIUDADANOS quiere posicionarse en el centro de la gama, un equilibrio inestable, ni chicha ni limonada; con un andamiaje dialéctico pero irreal. Terminan por jugar el papel de templa gaitas pese a contar con primeras figuras entre sus seguidores.
No nos avergoncemos. Tenemos al PP. Sus votos proceden, en su mayor parte, de hogares descendientes de familias derechistas que hicieron la guerra civil del 36 en las filas nacionales, y que si aceptaron el cambio constitucional, fué bajo la promesa de que -fuera la que fuere la vida anterior- todos, absolutamente todos, orillarían el pasado; y a cambio de entrar en un clima de olvido y perdón mutuo, pactado como básico para una pacífica convivencia, podría España gozar de una democracia verdadera y duradera. Pero la promesa no se ha cumplido, ni se cumple, aun a sabiendas de que puede precipitar la aparición de una ultra derecha intransigente y combativa, favorecida por una inmigración incontrolada y de mala digestión popular.
Pero todo esto no puede hacernos olvidar que los políticos, tan preocupados por el bien común, se sienten primordialmente atraídos por eso que se llama Poder. Dicen que discuten programas. No es verdad. Discuten cargos, puestos desde donde mandar.
Quiero aclarar que ni quito ni pongo: me baso en hechos. Pero no me resisto a constatar que algo han hecho (y están haciendo) mal el PP y el PSOE y por eso pierden votos. Si no lo ven así, peor para ellos.
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