ESPAÑOLES Y VASCOS. No es cosa de someter a debate las cualidades personales de nadie,
y menos las de todo español cargado de
buenas intenciones con residencia en el País Vasco peninsular; entre otras
cosas, porque en el susodicho territorio, ante quienes se manifiestan y
significan, con moderación pero sin ambigüedades como españoles, no les esperan
buenos tiempos. A todos los encuadrables
en tal sector les conviene ser
solidarios entre sí.
Ese sector viene a estar formado por todos aquellos que sabiéndose
originarios de muy distintos puntos de España, más menos alejados del País Vasco, se identifican
con la herencia cultural vasca sin dejar por ello de sentirse igualmente
integrados en España, lo que les da la
condición de españoles ante las demás
naciones del Mundo.
Y a mi parecer, cualquiera que sea el empeño de los vasquizantes
por mimetizar a estos oriundos de otras regiones de España, los mejor
preparados nunca aceptaran el camuflaje, no por sentirse más o menos superiores
a nadie, sino por un rasgo de autenticidad.
Particularmente me encuentro inmerso en esa autenticidad española
por ser “cuarterón” que dirían en Cuba -para indicar que dos de mis ocho
primeros apellidos son de pura raíz vasco-alavesa-, lo que me impide renegar de nada o
disimular mi condición genuínamente
española, sin dejar en mal lugar
a los Fernández de Basterra o a los Rúiz de Luzuriaga, mis antepasados, que
funcionaron siempre como españoles sin
por ello dejar de ser vascos.
Dicho lo cual, como ya señalé en cierta ocasión, advertidos de
que en el País Vasco peninsular se
detecta una tendencia -entre algunos españoles, o entre hijos o nietos de este origen-, a escribir con ortografía batua sus nombres y
apellidos hispánicos, se llega a la conclusión de que si algo falta para acabar
con este mestizaje de vuelo corto, es contar con un líder o una lideresa que
nos lleve por el buen camino a estos que
somos vascos pero no queremos dejar de ser españoles, algo que no puede
calificarse de imposible
Ahora bien, no quisiera caer en el pecado que tantas veces se
repite de no entender a mis coetáneos porque no me pongo en su lugar. ¡Ya se
verá!
A medida que el dominio
nacionalista se ha impuesto en la sociedad vasca, va tomando flujo una corriente
que de manera insensible pero constante nos aleja de la marea española. Prueba de ello es que los partidos
políticos de ámbito nacional, van perdiendo fuerza hasta el punto de verse
convertidos en figuras residuales;
pueden pasar de lo que pudieron ser y
fueron, a lo que ya son, en camino hacia el
fracaso si alguien no lo remedia. Es de temer que los más
interesados no hayan tomado conciencia
de lo que pasa.
(Continuará)
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