Se sentaron
ambos amigos a la puerta del Club y siguieron la charla.
- Como te
iba diciendo -siguió Deogracias- estoy preocupado con el futuro de Salinas. El
negocio de la sal se agota y nadie se preocupa en poner remedio a la cosa.
- Y tú,
¿qué propones?
- Le he dado muchas vueltas… Creo que la sal
de consumo es tan común y de uso tan vulgar que resulta difícil el intento de
revalorizarla. En Salinas de Léniz, el único fabricante de sal la envasa con su
marca. La llama sal “Ona” que en el idioma de los vascos es “buena”. Pues bien,
no deja de ser un mal negocio. Esta idea la tengo muy trabajada y me lleva a esta conclusión: a la sal de Añana hay que
darle otro destino, algo singular, distinto, propio… Tendríamos que referirnos
al lugar donde se recoge la sal con nombre que le diera personalidad, algo
poético. Yo no lo llamaría el Valle Salado.
- Estoy de
acuerdo, Deogracias. Lo de Valle
Salado es un tópico prosaico. El
término parece evocar la aridez de la
tierra salobre, de vegetación escasa; algo
así como un yermo donde sólo crecen el brezo o los ajos silvestres. Este
nuestro no es un “valle salado”,
sino el “Valle de
sal mágica”. Valles salados hay muchos. “Valle de sal mágica” sólo hay
uno: el nuestro, este que estamos viendo.
- ¿Tú crees?
Me gusta eso de la magia.
- Claro que
sí. Porque verás, poéticamente no tiene comparación la frase que propongo y
publicitariamente funciona, no lo dudes.
Atrae mucho, no sabes bien, esto de la magia. ¡Dónde vas a parar! Las gentes quieren
milagros. Además, Fortunato, la proporción de nuestros manantiales salinos ha
llegado a alcanzar cifras portentosas: 260 gramos de sal por
litro de agua. El índice más alto, la salinidad del Mar Muerto, anda por los 350 gramos . Y es el caso
que, según me informa una hojita suelta arrancada del calendario del Corazón de
Jesús, la reina Cleopatra de Egipto, la misma que rompió el corazón del romano
César y luego de Marco Antonio, les
indujo a conquistar Jordania para poder ella embellecerse con las aguas del Mar
Muerto: le activaban la circulación de la sangre, mejoraban el funcionamiento
de sus articulaciones y se le disparaba el furor erótico. Fíjate: si el agua
salina nuestra, que brota espontáneamente tras un misterioso recorrido por las
entrañas de la tierra, tuviera esas propiedades, ¿sabes acaso a dónde nos
llevaría?
- ¡Jope! Si eso fuera cierto Salinas se haría
de oro.
- Pero aún
hay más. En la misma hojita me informo de que Cleopatra tenía otra afición: la
de servirse de la leche de burra, como el mejor remedio contra las arrugas de
la piel humana. Por lo visto -esto no lo decía la hojita, sino Deogracias- tras
la inmersión en el líquido lácteo asnal, la tersura de la piel de la reina era
la propia de un nácar cálido, sin que por ello los músculos perdieran una
elasticidad placentera, ni sus pechos erguidos,
enhiestos, que eran la admiración de los pintores y escultores de su
tiempo, se rindieran. Te parecerá mentira pero, en mis meditaciones, he pensado
si no convendría combinar el tratamiento terapéutico de la sal con la cosmética
antiquísima, pero actualizada, de la leche jumentil.
Fortunato,
pasmado, le dijo a Deogracias:
- No cuentes a nadie esto que me estás
diciendo. Hay que pensárselo bien. Tenemos una fortuna entre manos si sabemos
aprovechar la ocasión. Pero si se divulgara, podríamos echarlo todo a perder.(Continuará)
No hay comentarios:
Publicar un comentario