En el episodio de un libro que escribo a retazos, sin otra finalidad que la de ejercitarme para no perder el seso (no confundirse), enfrento a dos combatientes: uno de bando A y otro del B, que por azar vienen a encontrarse en tierra de nadie. De mutuo acuerdo, arrojan sus armas y deciden hablar para entenderse.
- ¿Qué hacemos? -le dice uno al otro.
- Eso mismo me pregunto.
- Veamos: desde aquella posición nos están viendo los tuyos y desde esa otra de enfrente, nos vigilan los míos. Esperan ver cómo nos matamos el uno al otro. Yo no estoy preparado para matar. Me repugna.
- Pienso de igual forma. Me angustio solo de imaginarlo. No puedo matarte.
- Vamos a pensarlo mejor. Somos enemigos y estamos aquí para morir o matar; o para volver a nuestras filas haciendo uno, previa rendición y entrega voluntaria, prisionero al otro. ¿Acaso quieres rendirte?
- Tampoco deseo eso. Y a ti te sucederá lo mismo. Discurre ¿Qué hacemos? Aquí no vamos a quedarnos. Nos dispararían de ambos lados hasta la muerte.
- No hay un fácil escape. A no ser que nos pongamos de acuerdo para desertar y estudiemos como salir de esta zona batida para luego escaquearnos y emigrar de la maldita tierra que nos ha tocado en suerte, para ir a otra donde vivir sin necesidad de matar a nadie.
Terminaron en una patera navegando con mar picada; con suerte llegarían a un país desconocido.
Entonces, como autor de la historieta, era yo el llamado a decidir, y me vi ante este dilema: ¿Los hago tocar tierra en España? ¿O los dejo perecer en alta mar?
Llegar a España, casi en pelota picada, era muy duro. Tendrían que vivir el purgatorio, por el que pasan tantos emigrantes y muchos mas nativos, para no salir nunca de pobres. Ha de tenerse en cuenta que aquí, en este País, tenemos demasiados políticos a los que dar de comer, vestir, pagarles los viajes, el teléfono, la internavegación y si te descuidas, la tarjeta bancaria, o ponerles coche oficial, ordenador portátil y ordeñador automático, etc. Tenemos por añadidura, cinco millones de parados al ,borde de la miseria...
Ayudar a estos dos náufragos y unirlos a millones de huidos que, como ellos, llegan con lo puesto y nada más, es muy duro mirando más allá de la nariz. Y muy difícil asegurarles, alguna prosperidad. ¡Son demasiados, para poder atender a todos cuando ademas los políticos y sus asesores no dejan de crecer en número con cargo al erario público!
¡De verdad! Me dió mucha pena pensar en cómo lo pasarían mis dos náufragos. España sería para ellos un martirio. Lo sentía mucho, era una pesadilla, y llegué a dudar si por su bien era mejor que murieran en la mar picada.
Sin embargo, no me atreví a dejar que fenecieran. Espero que usted, lector me ayude, a salir de esta crisis en la que, fatalmente, yo solo me he metido, por cuestiones del seso (no confundirse).
¿Qué hacemos?
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