La libertad de enseñanza, reconocida y amparada por la carta de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas y expresamente por la Constitución española, en la vida real no existe en España. Los centros docentes son en su mayoría públicos o están subvencionados por las administraciones públicas y la influencia de los padres o de los alumnos en el proyecto educativo, es de hecho nula o estéril, aunque otra cosa pudiera parecer.
Es inútil, por tanto, tratar de elegir con libertad un centro acorde con los deseos de los padres, donde instruir y educar a sus hijos. Al final, caen en manos de profesores sujetos a una norma oficial y por ende a los vaivenes políticos, en gran parte doctrinales. Solo las familias muy pudientes pueden costearse colegios de pago de total confianza.
Por otra parte se ha extendido como un mantra que la enseñanza pública, por desinteresada, neutra y eficiente, es la que únicamente debe funcionar con carácter gratuito para las familias en todas las escalas pensando en un principio de igualdad, como si los escolares tuvieran las mismas aptitudes; criterio de igualdad según el cual hasta los más listos han de avanzar en sus estudios al compás de los peor dotados.
El problema no es de fácil solución si, como sucede en la actualidad, los padres -en general- se pliegan a que a sus hijos les den la enseñanza a través del boletín oficial de la Comunidad autónoma respectiva.
Son ellos, los padres, lo que han de tomar conciencia de la situación que padecen, para lo cual han de empezar por conocer a fondo el centro donde instruyen y educan a sus hijos para luego, con conocimiento de causa, optar por lo que estimen más conveniente.
Por fas o por nefas, una mayoría de padres españoles está contentos con lo que tienen y se limitan a mandar a su hijos al "cole" y ¡ya vale! Ni siquiera se preguntan por qué los niños españoles quedan tan mal clasificados en las pruebas internacionales.
En otros países, se prima a los buenos profesores; aquí a los buenos futbolistas. A los primeros se les ignora. A los segundos se les adora. Así nos va el negocio social.
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