Un círculo vicioso sirve para explicar dos cosas, una por la otra: hay paro porque no hay consumo y no hay consumo a causa del paro. ¿Cómo o por dónde rompemos este círculo?
Políticos, sociólogos, economistas, banqueros, obispos, pícaros, periodistas, inventores, náufragos y, sobre todo, los que están sin trabajo, no dejan de pensar en la fórmula mágica que nos saque a todos -empezando por los que no tienen donde ganarse el vivir con un mínimo de dignidad- de este círculo vicioso; pero a juzgar por las estadísticas, esto va para largo.
El caso es que la escasez, o las penurias, nos llevan a soñar con el maná. Conocido este estado de ánimo y tan pronto advierten los políticos al uso que ha calado en el sentimiento de las multitudes, surgen las falsas propuestas para resolver los males presentes y futuros. Las buenas gentes muerden el anzuelo con una candidez que espanta.
Como complemento, a fin de satisfacer los deseos de revancha y a partir de hechos reales, hay que tener a mano un chivo expiatorio. Y aunque no haya otra solución de momento, vamos a darle leña al mono porque por algún lado hay que empezar el cambio.
"Obrero despedido, patrón colgado", "Organízate y lucha": así estaban las cosas en la crisis de los setenta. Y los patronos más débiles, esos que daban trabajo a veinte, treinta, cuarenta empleados, (las multinacionales son otra cosa; no tienen patrono) lo vieron claro: "Ostras Pedrín: vienen por nosotros" y fueron dando de baja a sus empresas. Porque además, para vivir bien, bastaba con meterse en el negocio de los pisos y revenderlos. Y así creamos una generación de peones coloca-ladrillos y otra de especuladores. Y se fueron cerrando empresas por millares.
¿De quién fue la culpa? Ya lo dirán los historiadores. No se preocupen por eso.
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