El espectáculo al que asistimos estos días, con el pretexto independentista, nos lleva a desayunarnos cada mañana con grandes dosis de intolerancia. El (o la) intolerante no admite la ideología ajena. Es decir, si uno cree a pié juntillas que lo bueno para un pueblo es la monarquía, no tolerará en ningún caso una república; el tolerante no da importancia a esta alternativa porque sabe que el buen gobierno depende de otros factores y, muy intensamente, del grado de formación científica y cultural de los gobernados.
Los españoles, gracias a medios de divulgación muy eficaces y tele dirigidos, están viendo, y en cierto modo viviendo, unas dosis de intolerancia que no las soportaría un caballo. Para combatir este mal habría que seguir el consejo de personas cultas y documentadas, capaces de prever los inconvenientes derivados de una intolerancia casi siempre absurda. Pero, las muchedumbres se imponen; las razones no influyen.
Lo de ser o no independiente un pueblo, se supone que respecto de otros, tiene la misma importancia que la de tener barba o ir afeitado. Distingamos: lo importante no es el poder de una nación en la que se constituye un pueblo, sino el desarrollo de la independencia personal, la libertad de cada ciudadano.El que una nación sea o no soberana, no incluye la libertad individual de puertas adentro. Las personas que viven en Cuba, con soberanía reconocida, no gozan de los derechos propios de los ciudadanos de Puerto Rico, Estado asociado a los EE.UU.
La vida nos enseña que para ser libre una persona ha que alcanzar un nivel medio en la que podríamos llamar dotación cultural y capacidad económica; sin eso, la libertad suele estar muy condicionada. Pero además se sabe que el ciudadano y sus coetáneos han de cultivar unos valores éticos indicativos del límite de sus libertades.
Eso es así y no hay régimen político que pueda dar lo que el pueblo no quiere ni echa de menos. Los gobiernos, si no se dejan en manos de personas competentes y éticas, suelen ser
ocupados por gentes indocumentadas e ineficientes, a la par que carentes de valores éticos.
Lo siento: es el caso de España y de Cataluña: Faltan talentos y sobran corruptos.
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