NUEVAS Y VIEJAS FRONTERAS.- Hace muchos años, en un viaje a
Francia, mi mejor amigo fue protagonista de un incidente que pudo costarle
caro. En la línea fronteriza, un funcionario francés le pidió en tono imperativo que abriera su
maleta y el aludido, con gesto adusto, le entregó la llave y le dijo: “Ábrala
usted”.
El macho ibérico contra el gallo
francés. Se miraron a la cara y el
gallo, con la cresta empinada, se
reafirmó en la orden: “Abra la maleta o de lo contrario verá qué
complicaciones le esperan".
El español se doblegó, pero no pudo aguantarse
la respuesta: “Ya estoy viendo que a usted se le ha subido a la
cabeza su condición de francés para humillarme”.
El gallo llamó a un
compañero e imponiendo su
autoridad, llevaron a mi amigo hasta una
dependencia donde supuse iban a dirimir
una cuestión nacional.
Todo esto, por la existencia de sentimientos opuestos ante de una
raya fronteriza. Como sucede entre especies inferiores del reino animal, los dirimentes del país vecino, ya habían puesto sus meaditas para delimitar territorios. Tras este marcaje lo lógico era enseñar los dientes y reafirmar las diferencias entre seres humanos
fronterizos, basándose en la superioridad de un pueblo sobre otro y así reafirmar quien tiene el mando en plaza.
En el fondo, la situación se había encrespado
porque dos de esos humanos, se dejaron llevar por las demandas de un arraigado
nacionalismo soberanista. Los ruidos empiezan así y a veces terminan en
guerras espantosas. La dialéctica funciona con una lógica insolidaria a partir
de esta sencilla afirmación: “somos distintos”. De ahí viene lo que parece
obligado: cargar la línea fronteriza de explosivos.
Uno podría razonar. Podría pensarse en un conflicto actual; dos pueblos en
lucha: “Soy palestino y, probablemente, a mí y a los míos nos iría mejor si
alcanzáramos a entendernos con los israelíes para establecer un régimen de
convivencia sin fronteras”. Parece imposible el acuerdo.
Volvamos la vista a nuestra tierra.
Ahora en las elecciones próximas volverán a gritar en pro de una frontera entre los territorios catalanes y sus vecinos. Saben que esto es conflictivo, pero insistirán en la demanda y,
además, para mayor escarnio, repetirán que de esa forma buscan un trato amable
con España.
La verdad es que estos argumentos se
esgrimieron para alcanzar la autonomía. Y hubo que arbitrar todo un sistema
autonómico cuya deriva era previsible: encontrar un clima de entendimiento
entre regiones para que algunas fueran reconocidas como naciones.
Las demandas de alzar nuevas
fronteras las formularon, junto con los
soberanistas vascos, los
separatistas catalanes y gallegos, con
lo que el conflicto se multiplicó. De prosperar la idea, no tardarían en seguir con
demandas parecidas, los canarios,
andaluces, valencianos, etc.
Los derechos que se esgrimen para que
el conflicto se generalice son muy débiles, pero al socaire de un clima
consentidor, se fueron acentuando las diferencias, sobre todo al primarse el uso de los
idiomas autóctonos minoritarios y al infravalorar el uso del castellano, pese a ser el
idioma que facilita el entendimiento
entre todos los españoles y entre los habitantes de un buen número
de naciones que también lo hablan.
¡El castellano, idioma que tiene
la virtud de darnos a conocer, de ser tomados en cuenta en el resto del Mundo donde la cultura tiene una
importancia mayúscula, viene perdiendo interés en su patria de origen! Tal vez por eso conviene humillarlo.